domingo, 1 de marzo de 2015

FARSA DEL MUERTO MÁS DISPUTADO. Escena 1.



 

(Una mujer en su alcoba, ha recibido a su amante)

DON GUIDO.
Señora, desnudaos presto
y vayamos a lo nuestro.

ESPOSA.
Esperad, señor amante
no seáis agobiante
que soy mujer recatada.

DON GUIDO.
¿Os hacéis ahora la honrada?,
si de todos es sabido
que sois vos la cortesana
más fogosa y depravada.

ESPOSA.
Soy una pobre casada
cuyo marido está ausente
¿y os queréis aprovechar
así, de mi soledad?

DON GUIDO.
¿Os vais a hacer la decente
cuando tantísima orgía
hicimos en compañía?

ESPOSA.
Pero, tal vez, algún día,
mi marido, que es fuerte,
al regresar de la calle
en mil amores nos halle
y nos procure la muerte.

DON GUIDO.
Eso es una patraña
pues vuestro pobre marido,
lo sabe ya toda España,
es cornudo consentido.

ESPOSA.


Mi marido no es tal,
que es un hombre cabal
y no deja que su esposa
con otros goce gustosa.

DON GUIDO.
Perdonad si os ofendí.

ESPOSA.
Me temo, señor, que sí.

DON GUIDO.
No era ésa mi intención.

ESPOSA.
Os pido satisfacción,
pues no puedo soportar
que se ponga en cuestión,
así, el honor familiar.

DON GUIDO.
Os voy a satisfacer
del modo que yo sé hacer.

ESPOSA.
Hay cosas que son eternas
en la familia cristiana.

DON GUIDO.
Sí, pero abríos de piernas
que se nos va la mañana.

ESPOSA.
Está bien, ya me abro,
si tanta prisa tenéis,
pero escuchad lo que hablo
no me gusta que penséis
que por ser mujer abierta
tan alegre y liberal,
se me deba de tachar
de ser yo infiel esposa.


DON GUIDO.
Hagamos ahora otra cosa,
colocaos a esta altura
que es conveniente alternar
en el amor, la postura.

ESPOSA.
La posición me complace,
tanto que me hace gemir,
más debo aun de insistir
en que grave ofensa me hace
quien mi enojo provoca,
llamándome infiel a mí,
quien tal dice se equivoca.

DON GUIDO.
Callad, señora, la boca,
que si insistís en hablar
no podréis luego libar
mi néctar que tanto os place.

ESPOSA.
Disculpadme este sermón,
mas, la decencia moral
es para mí, una cuestión
tan grave y tan principal...

DON GUIDO.
Pero ¿en qué estáis pensando?
señora, ¿estáis despistada?
que lo que estáis besando
es el pomo de mi espada.
Concentraos en el vicio.

ESPOSA.
Es que me saca de quicio
que se le llame cabrón,
a mi esposo, sin razón.

DON GUIDO.
Mas, de la Corte es sabido
el suceso extraordinario:
que vuestro señor marido
es cornudo voluntario.

ESPOSA.
Pues os voy a mostrar
que no decís la verdad.
Esto es, ya, demasiado.

DON GUIDO.
¿Os marcháis de mi lado?

ESPOSA.
Sí, porque probaros quiero
que mi marido, señor,
más celoso es que un Otelo
y más estricto en su honor
que todo buen español.

DON GUIDO.
No me podréis convencer.

ESPOSA.
Ahora lo vamos a ver.

ESPOSA.
(Gritando) ¡Marido!

DON GUIDO.
¿Qué hacéis?

ESPOSA.
Bien pronto lo veréis.

ESPOSA.
(Gritando) ¡Salid de debajo del lecho!
Os lo ruego, mi marido,
¿por qué tanto estáis tardando?

VOZ ESPOSO.
Si me lo tenéis prohibido,
cuando os estáis deleitando
os gusta verme escondido
para no estorbaros los goces.

ESPOSA.
No me hagáis dar más voces,
salid, que os podamos ver,
que es para un grave asunto.

ESPOSO.
Está bien, salgo al punto.

(Ha salido el esposo de debajo de la cama)


DON GUIDO.
No acabo de comprender,
¿qué hacíais bajo el lecho?

ESPOSO.
Si queréis que yo hable,
os diré con despecho,
que vos sois el culpable.

DON GUIDO.
Mi culpa admito, señor,


sé que os causé deshonor.

ESPOSO.
Por el honor no es mi enojo,
lo que de verdad me altera
es que sois voluminoso
y ocupáis la cama entera.

DON GUIDO.
¿Ésa es vuestra única queja?

ESPOSO.
Sin sitio en la cama me deja
¿que mayor ofensa cabe?

ESPOSA.
Otro ultraje aun más grave
es que aquí nuestro honor
se dañe y se menoscabe.

ESPOSO.
¿De qué cosa habláis, amor?

DON GUIDO.
Ya toda la Corte lo sabe.
La gente dice que os sabéis
cornudo, y aun nada hacéis.

ESPOSA.
Eso es lo que se comenta.

ESPOSO.
¿Que yo gasto cornamenta?

DON GUIDO.
Tal se tiene por seguro,
de verdad, señor, lo juro:
que sois cornudo y contento.

ESPOSO.
¿No estaréis vos mintiendo?

DON GUIDO.
La verdad estoy diciendo.

ESPOSO.
¿Y qué tiene de raro tal
si ésa es la pura verdad?.



ESPOSA.
Marido, no digáis eso.

ESPOSO.
Verdad es y lo confieso.

ESPOSA.
¿Y no os causa algún rubor,
verme desnuda besando,
con frenesí y con ardor,
a este galán seductor?

ESPOSO.
No. Pues sé que gozáis
con los tales besuqueos,
por lo tanto: complaceos,
bueno será lo que hagáis.

ESPOSA.
¿Os importo tan poquito?,
estoy tan furiosa que grito,
¿que no os dignáis a vengar
el roto honor familiar?

DON GUIDO.
¿Cómo no os van a enojar
deshonras tan vergonzosas?.

ESPOSO.
Confieso que sí hacéis cosas
que me irritan .

ESPOSA.
                     ¿Cuál marido?.

ESPOSO.
Que al fornicar hagáis ruido
y el lecho llegue a temblar,
es una cosa espantosa

DON GUIDO.
Trataré, pues, de procurar
yacer con vuestra esposa
con menos ruido y aparato.

ESPOSO.
Me parece bien el trato.

ESPOSA.


¿Eso es todo, mi marido,
vais a dejar esta acción
de adulterio, sin castigo?

ESPOSO.
No veo más solución.

ESPOSA.
Si vuestro oficio es juzgar,
y ésa es vuestra profesión,
dictad sentencia ejemplar.

ESPOSO.
Está bien, lo voy a intentar:
como juez de esta Corte,
os dejo señor sin postre.

ESPOSA.
En cuestiones de honor
un buen y bravo español
debe sacar su raza
y castigar con mejor traza.

ESPOSO.
Añado, pues, a mi condena
que os quedéis también sin cena.

DON GUIDO.
Sois tan blando que dais pena.

ESPOSO.
¿Y qué hace, pues, según vos,
un bravo y fiero español,
en un caso como tal
con su culpable rival?

ESPOSA.
Como mínimo matarlo.

DON GUIDO.
Eso no cabe dudarlo.

ESPOSO.
Morid pues, gran traidor.

(El esposo descarga su arrebato contra el amante Don Guido)

ESPOSA.
¿Qué habéis hecho?, qué horror.



ESPOSO.
Golpearle con gran saña
en la cabeza, ¿os extraña?
Vos misma lo habéis querido.

ESPOSA.
Sois un Otelo, marido,
un bestia y un homicida.

ESPOSO.
Por complaceros, mi vida.

(La esposa examina el cuerpo inerte de su amante)

ESPOSA.
No hay remedio, yace muerto,
hay que librarse del cuerpo.

ESPOSO.
Dejadme pensar el modo.

ESPOSA.
Nos espera la prisión,
tenemos, presto, que huir.

ESPOSO.
Acabo de discurrir
que tengo la solución.

ESPOSA.
Contadme la idea, os pido.

ESPOSO.
De todos es conocido
que éste que yace, Don Guido,
tenía querella importante
con otro de vos amante:
el Obispo Don Calisto.

ESPOSA.
Al que hace tiempo no he visto.

ESPOSO.
Para librarnos del muerto
dispongo que hagamos esto:
lo llevemos ahora mismo
a la casa del Obispo
y cuando la justicia acuda,
pensarán sin menor duda,
que lo mató el eclesial


para quererse vengar.

ESPOSA.
Me parece idea brillante.

ESPOSO.
Pues lo haremos al instante.


(Oscuro)

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