(Una
mujer en su alcoba, ha recibido a su amante)
DON
GUIDO.
Señora,
desnudaos presto
y
vayamos a lo nuestro.
ESPOSA.
Esperad,
señor amante
no
seáis agobiante
que soy
mujer recatada.
DON
GUIDO.
¿Os
hacéis ahora la honrada?,
si de
todos es sabido
que
sois vos la cortesana
más
fogosa y depravada.
ESPOSA.
Soy una
pobre casada
cuyo
marido está ausente
¿y os
queréis aprovechar
así, de
mi soledad?
DON
GUIDO.
¿Os
vais a hacer la decente
cuando
tantísima orgía
hicimos
en compañía?
ESPOSA.
Pero,
tal vez, algún día,
mi
marido, que es fuerte,
al
regresar de la calle
en mil
amores nos halle
y nos
procure la muerte.
DON
GUIDO.
Eso es
una patraña
pues
vuestro pobre marido,
lo sabe
ya toda España,
es
cornudo consentido.
ESPOSA.
Mi
marido no es tal,
que es
un hombre cabal
y no deja
que su esposa
con
otros goce gustosa.
DON
GUIDO.
Perdonad
si os ofendí.
ESPOSA.
Me
temo, señor, que sí.
DON
GUIDO.
No era
ésa mi intención.
ESPOSA.
Os pido
satisfacción,
pues no
puedo soportar
que se
ponga en cuestión,
así, el
honor familiar.
DON GUIDO.
Os voy
a satisfacer
del
modo que yo sé hacer.
ESPOSA.
Hay
cosas que son eternas
en la
familia cristiana.
DON
GUIDO.
Sí,
pero abríos de piernas
que se
nos va la mañana.
ESPOSA.
Está
bien, ya me abro,
si
tanta prisa tenéis,
pero
escuchad lo que hablo
no me
gusta que penséis
que por
ser mujer abierta
tan
alegre y liberal,
se me
deba de tachar
de ser
yo infiel esposa.
DON
GUIDO.
Hagamos
ahora otra cosa,
colocaos
a esta altura
que es
conveniente alternar
en el
amor, la postura.
ESPOSA.
tanto
que me hace gemir,
más
debo aun de insistir
en que
grave ofensa me hace
quien
mi enojo provoca,
llamándome
infiel a mí,
quien
tal dice se equivoca.
DON
GUIDO.
Callad,
señora, la boca,
que si
insistís en hablar
no
podréis luego libar
mi néctar
que tanto os place.
ESPOSA.
Disculpadme
este sermón,
mas, la
decencia moral
es para
mí, una cuestión
tan
grave y tan principal...
DON
GUIDO.
Pero
¿en qué estáis pensando?
señora,
¿estáis despistada?
que lo
que estáis besando
es el
pomo de mi espada.
Concentraos
en el vicio.
ESPOSA.
Es que
me saca de quicio
que se
le llame cabrón,
a mi
esposo, sin razón.
DON
GUIDO.
Mas, de
la Corte es sabido
el
suceso extraordinario:
que
vuestro señor marido
es
cornudo voluntario.
ESPOSA.
Pues os
voy a mostrar
que no
decís la verdad.
Esto
es, ya, demasiado.
DON
GUIDO.
¿Os
marcháis de mi lado?
ESPOSA.
Sí,
porque probaros quiero
que mi
marido, señor,
y más
estricto en su honor
que
todo buen español.
DON
GUIDO.
No me
podréis convencer.
ESPOSA.
Ahora
lo vamos a ver.
ESPOSA.
(Gritando)
¡Marido!
DON
GUIDO.
¿Qué
hacéis?
ESPOSA.
Bien
pronto lo veréis.
ESPOSA.
(Gritando)
¡Salid de debajo del lecho!
Os lo
ruego, mi marido,
¿por
qué tanto estáis tardando?
VOZ
ESPOSO.
Si me
lo tenéis prohibido,
cuando
os estáis deleitando
os
gusta verme escondido
para no
estorbaros los goces.
ESPOSA.
No me
hagáis dar más voces,
salid,
que os podamos ver,
que es
para un grave asunto.
ESPOSO.
Está
bien, salgo al punto.
(Ha
salido el esposo de debajo de la cama)
DON
GUIDO.
No
acabo de comprender,
¿qué
hacíais bajo el lecho?
ESPOSO.
Si
queréis que yo hable,
os diré
con despecho,
que vos
sois el culpable.
DON
GUIDO.
Mi
culpa admito, señor,
sé que
os causé deshonor.
ESPOSO.
Por el
honor no es mi enojo,
lo que
de verdad me altera
es que
sois voluminoso
y
ocupáis la cama entera.
DON
GUIDO.
¿Ésa es
vuestra única queja?
ESPOSO.
Sin
sitio en la cama me deja
¿que
mayor ofensa cabe?
ESPOSA.
Otro
ultraje aun más grave
es que
aquí nuestro honor
se dañe
y se menoscabe.
ESPOSO.
¿De qué
cosa habláis, amor?
DON
GUIDO.
Ya toda
la Corte lo sabe.
La
gente dice que os sabéis
cornudo,
y aun nada hacéis.
ESPOSA.
Eso es
lo que se comenta.
ESPOSO.
¿Que yo
gasto cornamenta?
DON
GUIDO.
Tal se
tiene por seguro,
de
verdad, señor, lo juro:
que
sois cornudo y contento.
ESPOSO.
¿No
estaréis vos mintiendo?
DON
GUIDO.
La
verdad estoy diciendo.
ESPOSO.
¿Y qué
tiene de raro tal
si ésa
es la pura verdad?.
ESPOSA.
Marido,
no digáis eso.
ESPOSO.
Verdad
es y lo confieso.
ESPOSA.
¿Y no
os causa algún rubor,
verme
desnuda besando,
con
frenesí y con ardor,
a este
galán seductor?
ESPOSO.
No.
Pues sé que gozáis
con los
tales besuqueos,
por lo
tanto: complaceos,
bueno
será lo que hagáis.
ESPOSA.
¿Os
importo tan poquito?,
estoy
tan furiosa que grito,
¿que no
os dignáis a vengar
el roto
honor familiar?
DON
GUIDO.
¿Cómo
no os van a enojar
deshonras
tan vergonzosas?.
ESPOSO.
Confieso
que sí hacéis cosas
que me
irritan .
ESPOSA.
¿Cuál marido?.
ESPOSO.
Que al
fornicar hagáis ruido
y el
lecho llegue a temblar,
es una
cosa espantosa
DON
GUIDO.
Trataré,
pues, de procurar
yacer
con vuestra esposa
con
menos ruido y aparato.
ESPOSO.
Me
parece bien el trato.
ESPOSA.
¿Eso es
todo, mi marido,
vais a
dejar esta acción
de adulterio,
sin castigo?
ESPOSO.
No veo
más solución.
ESPOSA.
Si
vuestro oficio es juzgar,
y ésa
es vuestra profesión,
dictad
sentencia ejemplar.
ESPOSO.
Está
bien, lo voy a intentar:
como
juez de esta Corte,
os dejo
señor sin postre.
ESPOSA.
En
cuestiones de honor
un buen
y bravo español
debe
sacar su raza
y
castigar con mejor traza.
ESPOSO.
Añado,
pues, a mi condena
que os
quedéis también sin cena.
DON
GUIDO.
Sois
tan blando que dais pena.
ESPOSO.
¿Y qué
hace, pues, según vos,
un
bravo y fiero español,
en un
caso como tal
con su
culpable rival?
ESPOSA.
Como
mínimo matarlo.
DON
GUIDO.
Eso no
cabe dudarlo.
ESPOSO.
Morid
pues, gran traidor.
(El
esposo descarga su arrebato contra el amante Don Guido)
ESPOSA.
¿Qué
habéis hecho?, qué horror.
ESPOSO.
Golpearle
con gran saña
en la
cabeza, ¿os extraña?
Vos
misma lo habéis querido.
ESPOSA.
Sois un
Otelo, marido,
un
bestia y un homicida.
ESPOSO.
Por
complaceros, mi vida.
(La
esposa examina el cuerpo inerte de su amante)
ESPOSA.
No hay
remedio, yace muerto,
hay que
librarse del cuerpo.
ESPOSO.
Dejadme
pensar el modo.
ESPOSA.
Nos
espera la prisión,
tenemos,
presto, que huir.
ESPOSO.
Acabo
de discurrir
que
tengo la solución.
ESPOSA.
Contadme
la idea, os pido.
ESPOSO.
De
todos es conocido
que
éste que yace, Don Guido,
tenía
querella importante
con
otro de vos amante:
el
Obispo Don Calisto.
ESPOSA.
Al que
hace tiempo no he visto.
ESPOSO.
Para
librarnos del muerto
dispongo
que hagamos esto:
lo
llevemos ahora mismo
a la
casa del Obispo
y
cuando la justicia acuda,
pensarán
sin menor duda,
que lo
mató el eclesial
para
quererse vengar.
ESPOSA.
Me
parece idea brillante.
ESPOSO.
Pues lo
haremos al instante.
(Oscuro)
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