Ella.- Hola.
El.- Hola.
Ella.- ¿Qué haces?
El.- Estar.
Ella.- Ah.
El.- ¿Y tú?
Ella.- Ser.
El.- ¿Sí?
Ella.- Sí.
(Silencio)
El.- Qué conversación más profunda.
Ella.- ¿Tú crees?
El.- Sí.
Ella.- ¿Tienes un cigarrillo?
El.- Sí.
Ella.- Ah.
El.- ¿Lo quieres?
Ella.- No gracias, no fumo.
El.- ¿Ah no?
Ella.- Es que... no sabía como seguir la conversación.
El.- Ah.
Ella.- Sí.
El.- Ya.
Ella.- Y fuego, ¿tienes?
El.- También.
Ella.- Qué bien.
El.- Sí, mira, tengo cerillas y un mechero.
Ella.- Fenomenal.
El.- Ajá.
Ella.- Pero que muy bien.
(Silencio)
El.- Yo tampoco fumo.
Ella.- ¿Ah no?
El.- No. Llevo
todo esto por si alguna vez me pide una chica.
Mira, tengo tabaco rubio, negro, light y hasta una piedra de jachís.
Ella.- Está muy bien.
El.- Sí.
(Silencio)
El.- ¿Tienes novio?
Ella.- ¿Yo? Sí,
claro, claro.
El.- (Hace amago de salir) Ah, vaya, pues entonces...
Ella.- ¿Por qué te vas?
El.- No, por nada.
Ella.- ¿Es por lo de mi novio?
El.- No, no, que va.
Ella.- No tengo novio, te he mentido.
El.- ¿Por qué?
Ella.- Me da vergüenza, todo el mundo tiene novio.
El.- Todo el mundo no, yo no tengo.
Ella.- Porque eres un chico.
El.- Pero no tengo.
Ella.- ¿Y novia?
El.- Novias sí, muchas.
Ella.- ¿Cuántas?
El.- Un montón, no sé, nunca he hecho la cuenta. Creo que... déjame pensar... esto hace un
total, de una o ninguna: ninguna hasta ahora, pero una, si tú quieres, a partir
de ahora.
Ella.- ¿Yo?
El.- Sí.
Ella.- ¿Novia tuya?
El.- Por ejemplo.
Ella.- Vale.
El.- ¿Ah sí?
Ella.- Sí.
El.- ¿Has aceptado?
Ella.- Sí.
El.- Pero no habrá sido por lástima.
Ella.- ¿Lástima?
El.- Como yo nunca he tenido novia, te he dado pena...
Ella.- No. Yo te
quiero.
El.- ¿A mí?
Ella.- Sí.
El.- Ah.
(Silencio)
Ella.- Qué buen día hace.
El.- Sí, mejor que ayer.
Ella.- Sí, es verdad.
El.- Sí.
(Silencio)
El.- Yo también te quiero.
Ella.- ¿A mí?
El.- Sí, mucho.
Ella.- Gracias.
El.- De nada.
(Silencio)
Ella.- ¿Tienes hora?
El.- Sí.
Ella.- Yo también.
El.- ¿En serio?
Ella.- Mira.
El.-
Sí.
(Silencio)
Ella.- ¿Has besado a alguien?
El.- ¿Yo?
Ella.- Sí.
El.- ¿A alguien que no sea de mi familia?
Ella.- Claro.
El.- Pues, sí, claro.
Yo he besado a muchísima gente.
Ella.- ¿En la boca?
El.- En la boca y en más sitios.
Ella.- Yo tampoco.
El.- ¿Tampoco?
Ella.- No.
El.- ¿En toda tu vida?
Ella.- En toda mi vida.
El.- Igual que yo.
Ella.- Pero ya va siendo hora, ¿verdad?
El.- Eso creo yo también.
(Silencio)
El.- Qué bien se está aquí.
Ella.- Sí, que suelo tan... sólido.
El.- Y que aire tan... gaseoso.
Ella.- Sí, es un sitio fenomenal, ¿habías venido alguna
vez?
El.- No.
Ella.- Ni yo.
(Silencio)
El.- ¿Nos casamos?
Ella.- ¿Ya?
El.- ¿Por qué no?
Ella.- Pues...
El.- Llevamos ya un rato de novios.
Ella.- Sí, claro.
El.- Y cuando ya se ha superado la fase de novios, la
gente se casa.
Ella.- Ya, pero... ¿dónde?
El.- No sé.
Ella.- Espera, yo conozco un sitio donde lo hacen.
El.- ¿Lo de casar?
Ella.- Sí.
El.- ¿Sí?
Ella.- Ajá.
El.- Qué bien.
Ella.- Es por aquí.
El.- Pues vamos.
Ella.- Sí, vamos.
El.- Oye.
Ella.- ¿Qué?
El.- ¿Cómo te llamas?
Ella.- Yo Inmaculada, ¿y tú?
El.- Yo Pablo.
Segunda pareja. Padre he
pecado.
(En escena un
reclinatorio de iglesia, y una chica que habla con alguien que está fuera de
escena)
Ella.- Lo siento mucho por ti, Pablo, y por ti también,
Inmaculada, pero estas no son horas de irrumpir en una iglesia, y además, que
ahora mismo el señor cura está muy ocupado.
(Irrumpe en
escena un sacerdote)
El.- ¿Qué pasa aquí, qué es todo ese ruido?
Ella.- No es nada, padre... es sólo que...
El.- Sí.
Ella.- (Arrodillándose en el reclinatorio) Que he pecado.
El.- ¿De pensamiento, palabra, obra u omisión?
Ella.- De las cuatro cosas.
El.- ¿Contra qué mandamiento?
Ella.- Un poquito de todo.
El.- ¿Todos los mandamientos?
Ella.- Sí.
El.- Dios mío.
Ella.- Los doce.
El.- Los diez.
Ella.- También.
Los doce y los diez, o sea los veintidós.
El.- No es eso.
Ella.- Le amo.
El.- ¿Qué?
Ella.- Que le amo.
El.- ¿A quién?
Ella.- ¿A quién va a ser?
El.- No sé, dame pistas, no soy adivino.
Ella.- A alguien vestido de negro. Que está al otro lado del confesionario y que
tiene, ahora mismo, cara de gilipoyas.
El.- Hija mía.
Ella.- Le necesito, le adoro, le idolatro. ¿Y
usted...? O mejor, ¿y tú, me
amas...? Puedo tutearte, ¿verdad?
El.- Sí.
Ella.- Me amas, que alegría.
El.- No, digo que sí, que puedes tutearme.
Ella.- Me amas, y además me permites tutearte, es
maravilloso, ¿qué más puedo pedirle a la vida?
El.- Te equivocas, lo que quería decir era que no.
Ella.- Que no puedo tutearle. Vaya, qué sieso. Pero no me importa, me ama usted, y eso, para
mí, es suficiente.
El.- ¿Es que quieres liarme o qué? Lo que te he dicho es que mi respuesta es:
“no” a la primera pregunta, y “sí” a la segunda.
Ella.- Lo que usted quiera, amorcito, pero lo importante
es que usted y yo nos amamos, y con cariño y con paciencia todo se irá
solucionando. ¿Verdad que el amor es lo más importante del mundo?
El.- Sí, pero...
Ella.- Viviremos juntos, ¿verdad cariño? Sin bodas ni tonterías de esas, nosotros no
necesitamos papeles, ni ceremonias, que son un coñazo, ¿no te parece?
El.- Eso no lo consiento, el matrimonio no es ningún
coñazo, es un sacramento.
Ella.- Bueno, un coñazo no, pero un muermo...
El.- De ningún modo.
Ella.- ¿No serás de los que creen en el matrimonio?
El.- Naturalmente.
Ella.- A mí, es que tanto papeleo no me hace
gracia. Mira, hacemos una cosa, nos
casamos, si te empeñas, pero por lo civil.
El.- De ninguna manera, el matrimonio civil no es
suficiente para certificar el sagrado vínculo.
Ella.- Pero bueno, no te pongas así.
El.- Es que éste es un punto sensible para mí.
Ella.- No das tu brazo a torcer, ¿verdad?
El.- En estos temas soy inflexible.
Ella.- Entonces...
El.- Si no hay rito eclesiástico, no hay auténtico
matrimonio.
Ella.- Bueno... no sé, si te pones así.
El.- ¿Cómo quieres que me ponga?
Ella.- Está bien, tú ganas. Pero que conste que lo hago
por ti. Que a mí esto de casarme, no me
va nada. Va contra mis principios,
¿sabes?
El.- ¿Entonces?
Ella.- Venga, sí, por la iglesia.
El.- Gracias a Dios.
Ella.- No me convence mucho, pero...
El.- Créeme, es la mejor solución.
Ella.- ¿Y cuándo podría ser?
El.- ¿El qué?
Ella.- El matrimonio.
El.- Pues, hombre, el domingo que viene, no tenemos
ninguna ceremonia, y...
Ella.- ¿Dentro de una semana?
El.- Sí.
Ella.- Yo no puedo aguantar tanto.
El.- Pues entonces, ¿cuándo?
Ella.- Ahora.
El.- Es una locura.
El sacerdote encargado de estos temas está fuera, y...
Ella.- Pues hazlo tú.
El.- ¿El qué?
Ella.- Celebrar la boda.
El.- ¿Yo?
Ella.- ¿Es que no sabes?
El.- Sí, pero.
Ella.- Pues, adelante.
El.- Es un poco irregular.
Ella.- Venga ya, es por una buena causa.
El.- ¿Una buena causa?
Ella.- Claro, yo no creo en el matrimonio, y ahora estoy
decidida, pero en una semana... podría cambiar de opinión.
El.- Bueno, todo sea por la conversión de una
descreída, y por la Santa Madre Iglesia.
Ella.- Chachi.
Toma los anillos.
El.- El caso es que yo, llevo años sin oficiar un
matrimonio.
Ella.- Si quieres lo hago yo, lo he visto en la tele un
montón de veces.
El.- Pues la verdad es que... si me pudieras echar una
mano.
Ella.- Claro que sí, yo te soplo y tú recitas, ¿vale?
El.- Vale.
Ella.- Lo primero de todo es un sermón muy coñazo, que
nos lo vamos a saltar.
El.- Vaya.
Ella.- Y vamos directamente al grano, al momento en el
que tienes que preguntarme: ¿quieres a este hombre como legítimo esposo?
El.- ¿Quieres a este hombre...?
Ella.- ¿A qué hombre?
El.- ¿Cómo que a qué hombre?
Ella.- Sí, ¿de qué hombre hablas?
El.- Pues no sé.
Ella.- Es que si no hay hombre no hay matrimonio.
El.- Pues, entonces, yo mismo, supongo.
Ella.- Ah, vale, vale.
Continúa, por favor.
El.- Estaba diciendo que si quieres a este hombre...
Ella.- ¿Como legítimo esposo?
El.- Sí, claro.
Ella.- Y yo qué sé.
El.- ¿Cómo?
Ella.- Me lo tengo que pensar, espera.
El.- Pero, mujer.
Ella.- ¿Él ha dicho que me quiere como legítima esposa?
El.- Pues todavía no se sabe.
Ella.- Ah, pues entonces yo tampoco lo sé.
El.- Es que aún no le toca.
Ella.- Ah, pues yo no me arriesgo a decir que “sí”, y
que luego venga él y diga que “no”, y me parta el corazón.
El.- Pero alguno tiene que dar el primer paso.
Ella.- Además, si yo apenas le conozco.
El.- Ya, pero él tampoco te conoce a ti y...
Ella.- Es una decisión muy importante, yo no sé si estoy
preparada.
El.- Pero mujer...
Ella.- ¿Quién me dice que no me estoy casando con un
sicópata o un pervertido, en los tiempos que corren?
El.- Tienes que tener fe.
Ella.- ¿Y por qué no le preguntas a él primero?
El.- Pues porque...
Ella.- Porque es el hombre, ¿no? Machista.
El.- Está bien, está bien, ¿quieres a esta mujer como
legítima esposa?
Ella.- ¿Qué?
El.- ¿Qué?
Ella.- ¿Qué ha dicho?
El.- No se sabe.
Ella.- ¿No responde?
El.- No.
Ella.- Espera que va a responder.
El.- Pero...
Ella.- Espabila, alelao.
El.- ¿Quién, yo?
Ella.- Te han hecho una pregunta. Contesta.
El.- Diablos.
Ella.- ¿Callas?
El.- No.
Ella.- Eso es porque ocultas algo, ¿verdad?
El.- ¿Yo?
Ella.- Algo inconfesable, te la cascas, ¿verdad?
El.- Sí.
Ella.- Y qué más, qué más.
El.- ¿Qué más?
Ella.- ¿Qué más mandamientos has quebrantado?
El.- Todos.
Ella.- ¿Los veintidós?
El.- Sí.
Ella.- Hostia, pues con este tío yo no me caso.
El.- No fastidies.
Ella.- Qué va, qué va.
El.- Pero mujer, recapacita.
Ella.- Vale, me caso.
El.- ¿Sí?
Ella.- Sí, pero que conste que lo hago por él, o sea por
ti, que esto de casarme con un pervertío sicópata va contra mis principios,
¿sabes?
El.- Ya, ya.
Ella.- Que conste, ¿eh?
El.- Bueno pues yo os declaro, o sea que nos declaro,
marido y mujer.
Ella.- Ah, ¿ya?
El.- Y puedo besar a la novia.
Ella.- ¿Con qué permiso?
El.- Pues con el del cura que soy yo también.
Ella.- Qué cara, ¿no?
El.- Pues claro.
Ella.- Dios mío.
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