martes, 14 de mayo de 2013

Las dos primeras escenas de "PAREJAS", texto co-ganador de la III edición del Premio Serantes De Santurtzi.



Primera Pareja.  Ellos.

Ella.- Hola.

El.- Hola.

Ella.- ¿Qué haces?

El.- Estar.

Ella.- Ah.

El.- ¿Y tú?

Ella.- Ser.

El.- ¿Sí?

Ella.- Sí.

(Silencio)

El.- Qué conversación más profunda.


Ella.- ¿Tú crees?

El.- Sí.

Ella.- ¿Tienes un cigarrillo?

El.- Sí.

Ella.- Ah.

El.- ¿Lo quieres?

Ella.- No gracias, no fumo.

El.- ¿Ah no?

Ella.- Es que... no sabía como seguir la conversación.

El.- Ah.

Ella.- Sí.

El.- Ya.

Ella.- Y fuego, ¿tienes?

El.- También.

Ella.- Qué bien.

El.- Sí, mira, tengo cerillas y un mechero.

Ella.- Fenomenal.

El.- Ajá.

Ella.- Pero que muy bien.

(Silencio)

El.- Yo tampoco fumo.

Ella.- ¿Ah no?

El.- No.  Llevo todo esto por si alguna vez me pide una chica.  Mira, tengo tabaco rubio, negro, light y hasta una piedra de jachís.

Ella.- Está muy bien.

El.- Sí.

(Silencio)

El.- ¿Tienes novio?

Ella.- ¿Yo?  Sí, claro, claro.

El.- (Hace amago de salir) Ah, vaya, pues entonces...

Ella.- ¿Por qué te vas?

El.- No, por nada.

Ella.- ¿Es por lo de mi novio?

El.- No, no, que va.

Ella.- No tengo novio, te he mentido.

El.- ¿Por qué?

Ella.- Me da vergüenza, todo el mundo tiene novio.

El.- Todo el mundo no, yo no tengo.

Ella.- Porque eres un chico.

El.- Pero no tengo.

Ella.- ¿Y novia?

El.- Novias sí, muchas.


Ella.- ¿Cuántas?

El.- Un montón, no sé, nunca he hecho la cuenta.  Creo que... déjame pensar... esto hace un total, de una o ninguna: ninguna hasta ahora, pero una, si tú quieres, a partir de ahora.

Ella.- ¿Yo?

El.- Sí.

Ella.- ¿Novia tuya?

El.- Por ejemplo.

Ella.- Vale.

El.- ¿Ah sí?

Ella.- Sí.

El.- ¿Has aceptado?

Ella.- Sí.

El.- Pero no habrá sido por lástima.

Ella.- ¿Lástima?

El.- Como yo nunca he tenido novia, te he dado pena...

Ella.- No.  Yo te quiero.

El.- ¿A mí?

Ella.- Sí.

El.- Ah.

(Silencio)

Ella.- Qué buen día hace.

El.- Sí, mejor que ayer.

Ella.- Sí, es verdad.

El.- Sí.

(Silencio)

El.- Yo también te quiero.

Ella.- ¿A mí?

El.- Sí, mucho.

Ella.- Gracias.

El.- De nada.

(Silencio)

Ella.- ¿Tienes hora?

El.- Sí.

Ella.- Yo también.

El.- ¿En serio?

Ella.- Mira.

 El.- Sí.

(Silencio)

Ella.- ¿Has besado a alguien?


El.- ¿Yo?

Ella.- Sí.

El.- ¿A alguien que no sea de mi familia?

Ella.- Claro.

El.- Pues, sí, claro.  Yo he besado a muchísima gente.

Ella.- ¿En la boca?

El.- En la boca y en más sitios.

Ella.- Yo tampoco.

El.- ¿Tampoco?

Ella.- No.

El.- ¿En toda tu vida?

Ella.- En toda mi vida.

El.- Igual que yo.

Ella.- Pero ya va siendo hora, ¿verdad?

El.- Eso creo yo también.

(Silencio)

El.- Qué bien se está aquí.

Ella.- Sí, que suelo tan... sólido.

El.- Y que aire tan... gaseoso.

Ella.- Sí, es un sitio fenomenal, ¿habías venido alguna vez?

El.- No.

Ella.- Ni yo.

(Silencio)

El.- ¿Nos casamos?

Ella.- ¿Ya?

El.- ¿Por qué no?

Ella.- Pues...

El.- Llevamos ya un rato de novios.

Ella.- Sí, claro.

El.- Y cuando ya se ha superado la fase de novios, la gente se casa.

Ella.- Ya, pero... ¿dónde?

El.- No sé.

Ella.- Espera, yo conozco un sitio donde lo hacen.

El.- ¿Lo de casar?

Ella.- Sí.

El.- ¿Sí?

Ella.- Ajá.

El.- Qué bien.

Ella.- Es por aquí.


El.- Pues vamos.

Ella.- Sí, vamos.

El.- Oye.

Ella.- ¿Qué?

El.- ¿Cómo te llamas?

Ella.- Yo Inmaculada, ¿y tú?

El.- Yo Pablo.






 Segunda pareja. Padre he pecado.

(En escena un reclinatorio de iglesia, y una chica que habla con alguien que está fuera de escena)

Ella.- Lo siento mucho por ti, Pablo, y por ti también, Inmaculada, pero estas no son horas de irrumpir en una iglesia, y además, que ahora mismo el señor cura está muy ocupado.

(Irrumpe en escena un sacerdote)

El.- ¿Qué pasa aquí, qué es todo ese ruido?

Ella.- No es nada, padre... es sólo que...

El.- Sí.

Ella.- (Arrodillándose en el reclinatorio) Que he pecado.

El.- ¿De pensamiento, palabra, obra u omisión?

Ella.- De las cuatro cosas.

El.- ¿Contra qué mandamiento?

Ella.- Un poquito de todo.

El.- ¿Todos los mandamientos?

Ella.- Sí.

El.- Dios mío.

Ella.- Los doce.

El.- Los diez.

Ella.- También.  Los doce y los diez, o sea los veintidós.

El.- No es eso.

Ella.- Le amo.

El.- ¿Qué?

Ella.- Que le amo.

El.- ¿A quién?

Ella.- ¿A quién va a ser?

El.- No sé, dame pistas, no soy adivino.

Ella.- A alguien vestido de negro.  Que está al otro lado del confesionario y que tiene, ahora mismo, cara de gilipoyas.

El.- Hija mía.

Ella.- Le necesito, le adoro, le idolatro. ¿Y usted...?  O mejor, ¿y tú, me amas...?  Puedo tutearte, ¿verdad?

El.- Sí.

Ella.- Me amas, que alegría.

El.- No, digo que sí, que puedes tutearme.

Ella.- Me amas, y además me permites tutearte, es maravilloso, ¿qué más puedo pedirle a la vida?

El.- Te equivocas, lo que quería decir era que no.

Ella.- Que no puedo tutearle.  Vaya, qué sieso.  Pero no me importa, me ama usted, y eso, para mí, es suficiente.

El.- ¿Es que quieres liarme o qué?  Lo que te he dicho es que mi respuesta es: “no” a la primera pregunta, y “sí” a la segunda.

Ella.- Lo que usted quiera, amorcito, pero lo importante es que usted y yo nos amamos, y con cariño y con paciencia todo se irá solucionando. ¿Verdad que el amor es lo más importante del mundo?

El.- Sí, pero...

Ella.- Viviremos juntos, ¿verdad cariño?  Sin bodas ni tonterías de esas, nosotros no necesitamos papeles, ni ceremonias, que son un coñazo, ¿no te parece?

El.- Eso no lo consiento, el matrimonio no es ningún coñazo, es un sacramento.

Ella.- Bueno, un coñazo no, pero un muermo...

El.- De ningún modo.

Ella.- ¿No serás de los que creen en el matrimonio?

El.- Naturalmente.

Ella.- A mí, es que tanto papeleo no me hace gracia.  Mira, hacemos una cosa, nos casamos, si te empeñas, pero por lo civil.

El.- De ninguna manera, el matrimonio civil no es suficiente para certificar el sagrado vínculo.

Ella.- Pero bueno, no te pongas así.

El.- Es que éste es un punto sensible para mí.

Ella.- No das tu brazo a torcer, ¿verdad?

El.- En estos temas soy inflexible.

Ella.- Entonces...

El.- Si no hay rito eclesiástico, no hay auténtico matrimonio.

Ella.- Bueno... no sé, si te pones así.

El.- ¿Cómo quieres que me ponga?

Ella.- Está bien, tú ganas. Pero que conste que lo hago por ti.  Que a mí esto de casarme, no me va nada.  Va contra mis principios, ¿sabes?

El.- ¿Entonces?

Ella.- Venga, sí, por la iglesia.

El.- Gracias a Dios.

Ella.- No me convence mucho, pero...

El.- Créeme, es la mejor solución.

Ella.- ¿Y cuándo podría ser?

El.- ¿El qué?

Ella.- El matrimonio.

El.- Pues, hombre, el domingo que viene, no tenemos ninguna ceremonia, y...

Ella.- ¿Dentro de una semana?

El.- Sí.

Ella.- Yo no puedo aguantar tanto.

El.- Pues entonces, ¿cuándo?

Ella.- Ahora.

El.- Es una locura.  El sacerdote encargado de estos temas está fuera, y...

Ella.- Pues hazlo tú.

El.- ¿El qué?

Ella.- Celebrar la boda.

El.- ¿Yo?

Ella.- ¿Es que no sabes?

El.- Sí, pero.

Ella.- Pues, adelante.

El.- Es un poco irregular.

Ella.- Venga ya, es por una buena causa.

El.- ¿Una buena causa?

Ella.- Claro, yo no creo en el matrimonio, y ahora estoy decidida, pero en una semana... podría cambiar de opinión.

El.- Bueno, todo sea por la conversión de una descreída, y por la Santa Madre Iglesia.

Ella.- Chachi.  Toma los anillos.

El.- El caso es que yo, llevo años sin oficiar un matrimonio.

Ella.- Si quieres lo hago yo, lo he visto en la tele un montón de veces.

El.- Pues la verdad es que... si me pudieras echar una mano.

Ella.- Claro que sí, yo te soplo y tú recitas, ¿vale?

El.- Vale.

Ella.- Lo primero de todo es un sermón muy coñazo, que nos lo vamos a saltar.

El.- Vaya.

Ella.- Y vamos directamente al grano, al momento en el que tienes que preguntarme: ¿quieres a este hombre como legítimo esposo?

El.- ¿Quieres a este hombre...?

Ella.- ¿A qué hombre?

El.- ¿Cómo que a qué hombre?

Ella.- Sí, ¿de qué hombre hablas?

El.- Pues no sé.

Ella.- Es que si no hay hombre no hay matrimonio.

El.- Pues, entonces, yo mismo, supongo.

Ella.- Ah, vale, vale.  Continúa, por favor.

El.- Estaba diciendo que si quieres a este hombre...

Ella.- ¿Como legítimo esposo?

El.- Sí, claro.

Ella.- Y yo qué sé.

El.- ¿Cómo?

Ella.- Me lo tengo que pensar, espera.

El.- Pero, mujer.

Ella.- ¿Él ha dicho que me quiere como legítima esposa?

El.- Pues todavía no se sabe.

Ella.- Ah, pues entonces yo tampoco lo sé.

El.- Es que aún no le toca.


Ella.- Ah, pues yo no me arriesgo a decir que “sí”, y que luego venga él y diga que “no”, y me parta el corazón.

El.- Pero alguno tiene que dar el primer paso.

Ella.- Además, si yo apenas le conozco.

El.- Ya, pero él tampoco te conoce a ti y...

Ella.- Es una decisión muy importante, yo no sé si estoy preparada.

El.- Pero mujer...

Ella.- ¿Quién me dice que no me estoy casando con un sicópata o un pervertido, en los tiempos que corren?

El.- Tienes que tener fe.

Ella.- ¿Y por qué no le preguntas a él primero?

El.- Pues porque...

Ella.- Porque es el hombre, ¿no?   Machista.

El.- Está bien, está bien, ¿quieres a esta mujer como legítima esposa?

Ella.- ¿Qué?

El.- ¿Qué?

Ella.- ¿Qué ha dicho?

El.- No se sabe.

Ella.- ¿No responde?

El.- No.

Ella.- Espera que va a responder.


El.- Pero...

Ella.- Espabila, alelao.

El.- ¿Quién, yo?

Ella.- Te han hecho una pregunta.  Contesta.

El.- Diablos.

Ella.- ¿Callas?

El.- No.

Ella.- Eso es porque ocultas algo, ¿verdad?

El.- ¿Yo?

Ella.- Algo inconfesable, te la cascas, ¿verdad?

El.- Sí.

Ella.- Y qué más, qué más.

El.- ¿Qué más?

Ella.- ¿Qué más mandamientos has quebrantado?

El.- Todos.

Ella.- ¿Los veintidós?

El.- Sí.

Ella.- Hostia, pues con este tío yo no me caso.

El.- No fastidies.

Ella.- Qué va, qué va.


El.- Pero mujer, recapacita.

Ella.- Vale, me caso.

El.- ¿Sí?

Ella.- Sí, pero que conste que lo hago por él, o sea por ti, que esto de casarme con un pervertío sicópata va contra mis principios, ¿sabes?

El.- Ya, ya.

Ella.- Que conste, ¿eh?

El.- Bueno pues yo os declaro, o sea que nos declaro, marido y mujer.

Ella.- Ah, ¿ya?

El.- Y puedo besar a la novia.

Ella.- ¿Con qué permiso?

El.- Pues con el del cura que soy yo también.

Ella.- Qué cara, ¿no?

El.- Pues claro.

Ella.- Dios mío.


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