ACTO
1.
(En
escena un decorado que recrea un ornamentado rincón de parque temático
familiar. A la izquierda desde el punto de vista del espectador, un par de
puertas con sendos simpáticos dibujos de un chico y de una chica, indican las
entradas a los servicios de hombres y mujeres.
En el centro, un tanto escorado hacia la izquierda hay un banco, útil
para que los visitantes del parque hagan un descanso. Detrás del banco se recorta
un fragmento de decorado de cartón piedra del extremo de uno de los espacios
tematizados del parque, con ramas y elementos de fantasía. Y ocupando todo el lateral derecho de la
escena, aparece, imponente, la entrada de una atracción, con toda su parafernalia
accesoria: el panel con las condiciones físicas necesarias para poder acceder,
el típico rotor para contabilizar las personas que acceden al interior de la
atracción y las vallas zigzagueantes que delimitan el recorrido para situarse
en la cola.)
(Entra
en escena una mujer, lleva un teléfono móvil consigo y habla con alguien a
través del aparato.)
ELLA.
El
mal ya no anida dentro de mí. Debo estar
tranquila, pero el miedo continúa, no puedo evitarlo.
Ha
sido un tratamiento tan drástico, tan traumático, tan duro, tan dañino.
Pero
no había otra manera de sacar esas cosas putrefactas que trataban de apoderarse
de todo mi ser y hacerlo suyo.
Nadie
habría dado un duro por mí hace un par de meses y ahora estoy… limpia y dispuesta a paladear la vida con intensidad.
El
mal se puede vencer, yo creía que no, en las películas lo pintan todo tan
siniestro, tan imposible de superar, que me daba por perdida, esperaba un final
lleno de sufrimientos.
Y
no era yo sola, todos creían que no había salvación posible para mí, todos
menos mis benditos salvadores. Si no
hubiera sido por la ayuda de Dios y de aquel hombre milagroso, el mal seguiría,
aquí, en mi interior.
¿Cómo
dice? Ah, que está esperando una llamada
importante.
Si
quiere le vuelvo a llamar más tarde.
Sí,
tiene usted razón, le estoy contando cosas muy personales y entiendo que se
sienta usted un poco incómodo, pero es que a veces necesito exteriorizar mis
sentimientos y contarle a alguien mis problemas y además mi sicóloga me lo
aconseja como terapia, sí, ya sé que no nos conocemos de nada, he elegido su
número de teléfono al azar, lo hago a menudo, verá, es que soy sola en el
mundo, ¿sabe usted?, no, familia sí que tengo, para dar y tomar: padres, hijos,
tíos, abuelos, novios, sobrinos, hermanos,
de todo un poco; pero no me hablo mucho
con ellos, no nos entendemos, y no son malas personas, pero… como que no hay
feeling, yo qué sé...
De
acuerdo, sí, ya cuelgo, no, ya cuelgo yo, no se preocupe, llamaré a otra
persona, no hay problema, tengo millones de números para elegir… gracias, un beso, chao…
(Ella
reflexiona unos instantes, respira hondo y marca una serie de números, sin
mirar las teclas del teléfono móvil.)
ELLA.
¿Hola? Muy buenos días, verá necesito contarle algo…
¿Que quién soy? Pues una mujer que camina por un llamativo
sendero en un curioso parque de atracciones…
(Ella
habla ensimismada y desaparece por el extremo derecho.)
(Aparece
un hombre por el extremo contrario a la salida de la mujer.
El hombre habla a una grabadora, que empuña con
firmeza.)
ÉL.
Me
acabo de hacer una foto con Pluto.
Es
mi penúltimo deseo que esa foto, que es la última que hay grabada en la memoria
de mi cámara, sea revelada… o impresa… o algo, y que aparezca en mi esquela, a
modo de ilustración, en lugar de la cruz y del listado clásico de familiares y
de todo eso.
En
su día ya dejé consignada, dotación económica necesaria e instrucciones
precisas para la aparición de dichas esquelas mortuorias en varios medios de
comunicación, incluyendo páginas contratadas en diversas revistas de modas,
diarios deportivos y magazines de espectáculos.
(El
hombre corta la grabadora. Reflexiona. Mira a su alrededor. Vuelve a conectar el aparato y lo acerca a
su boca.)
ÉL.
Este
lugar es… inenarrable, es aun más… fascinante de lo que imaginé.
De
hecho… de hecho… mi última voluntad es que deseo permanecer para siempre aquí.
Sería
un sueño el poder ser enterrado en… qué sé yo… en una fosa excavada en “Los
jardines del país de las maravillas”; por razones obvias eso no va a ser
posible cuando todo acabe, pero al menos me atrevería a sugerir a los que se
hagan cargo de mis restos en el caso de que ello fuera posible, que mis cenizas
pudieran ser esparcidas desde la torre más alta del castillo de la bella
durmiente, mi sueño es que el acto fúnebre tuviera lugar en hora punta, en el
momento de más ajetreo en el parque y que mis partículas residuales, les
cayeran encima a los desprevenidos visitantes; sería una bonita despedida.
Aunque
si me dieran a elegir supongo que lo que más me gustaría es que mi cadáver se
pudriera lentamente en uno de los recovecos de la mansión del terror y de este
modo los que pasen por allí me consideren un efecto tétrico muy logrado.
Pero,
en fin, tampoco está mal lo de acabar explotando en un millón de microscópicos
fragmentos y que mis infinitos “nuevos yos” se incrusten a lo largo y ancho de
este lugar de ensueño. Para
siempre. Por todas partes. Yo.
Aquí.
(Él
recorre lateralmente la escena, ensimismado con la grabación. Reaparece ella que también
está sumamente concentrada en su conversación telefónica. De hecho se llegan a cruzar. Una recorre el fondo de escena y el otro
recorre el primero plano, pero absortos como están en sus respectivos monólogos,
ni siquiera son capaces de verse. Nos
centramos en ella, él ha desaparecido.)
ELLA.
(Siempre
a través del teléfono móvil) No, yo no había estado aquí antes, pero me habían
hablado de este sitio… Sí… Mi hermana.
Ella vino varias veces con su marido.
Al principio iban a Las Vegas, pero luego a Disneylandia y a otros
parques.
Iban
a Las Vegas en plan desmadre sexual y de drogas y todo eso, pero después, como
tenían niños, iban a Disneylandia.
Lo
de Las Vegas era estimulante, querían tener descendencia y de ese modo era más
fácil.
Pero
después cuando al fin tenían niños, les costaba superar la adicción al alcohol
que adquirieron en Las Vegas.
Jodido. Ya lo creo.
En fin, en este tipo de parques no es fácil encontrar alcohol…
(El
reaparece en escena, ya no habla a la grabadora. La observa a ella mientras se marcha, hasta
constatar que ha desaparecido. A
continuación él otea en los alrededores para comprobar si hay alguien
cerca. Aprovecha, asimismo, para
estudiar el espacio que le rodea.)
ÉL.
(Analizando
el entorno) Si pusiera aquí la bomba…
(Extrae
un metro del bolsillo de una mochila que lleva consigo. Trata de medir el espacio cercano a la
atracción. Lo hace con dificultad,
porque no hay nadie que le sujete el principio de la cinta métrica y al ser
autoenrollable, la cinta le juega un par de malas pasadas antes de poder
fijarla, al fin, colocando su propia mochila encima de la cinta, para
mantenerla tensa.)
ÉL.
No. Creo que este no es un buen sitio. Por el tema de la onda expansiva y tal.
(Saca
una libretita de un bolsillo de su camisa y toma un lápiz que tiene en su
oreja. Trata de apuntar algo, pero
comprueba que no tiene suficiente punta.
Rastrea en uno de los bolsillos de su pantalón hasta hallar un
sacapuntas. Afila la punta del lápiz
teniendo cuidado de no dejar caer las virutas en el suelo. Toma un pañuelo de papel de otro bolsillo y
deposita las virutas en el pañuelo que posteriormente arruga y tras buscar
infructuosamente una papelera, lo guarda en su bolsillo.)
ÉL.
No,
definitivamente la onda expansiva no tendría suficiente alcance aquí, y además en
este lugar me parece a mí que hay poca concentración de gente.
En
fin, qué le vamos a hacer. A seguir buscando.
Nadie
dijo que esto iba a ser sencillo.
Digo
yo que los de las torres gemelas no darían con la tecla a la primera…
(Recoge
la cinta métrica, y como está un poco cansado por el esfuerzo toma el pañuelo
de su bolsillo para secarse el sudor, pero al hacerlo caen las virutas que
había guardado previamente.)
ÉL.
Mierda.
(Mira
hacia un lado y hacia otro para comprobar si alguien le está mirando. Parece que nadie se ha fijado en él. Se arrodilla, con dificultad y recoge una a
una las virutas caídas y las introduce en su bolsillo.)
(Él
se disponía a salir de escena, pero reaparece ella. Intercambian una mirada furtiva. Él finalmente, parece ser que cambia de idea:
no va a salir. Él la observa a ella desde
la distancia. Ella se apoya en la barra
de entrada a la atracción y trata de comprobar disimuladamente si él está
todavía cerca, ensayando alguna mirada de soslayo. Él se acerca hasta ella, aproximándose al
área de la atracción.)
ÉL.
¿Está
en la cola?
ELLA.
¿Eh?
(Él
le señala la atracción.)
ELLA.
(Tajante)
No, no por Dios
ÉL.
¿Ah
no?
ELLA.
(Algo
congestionada por lo poco que le seduce la idea) Para nada, ¿montarme yo
aquí? No, no, ni loca…
(Él
sonríe. Ella mira hacia la atracción,
como constatando que efectivamente está junto a ella.)
ELLA.
Yo…
ahí… qué va, qué va…
(Silencio.)
(Se
miran de soslayo, tropiezan sus miradas, sonríen levemente.)
(Miran
hacia otro lado como disimulando. Él
mira su reloj, ella se masajea las manos. Él se anima a ensayar un nuevo
contacto visual que no es correspondido.)
ÉL.
Dicen
que es… buuff…
ELLA.
¿Eh?
(Él
señala la atracción con un gesto de la cabeza.)
ELLA.
Ah
sí, eso dicen. Yo no me subo ahí ni
muerta.
ÉL.
(Sonriendo)
Ya.
ELLA.
¿Y
usted?
ÉL.
¿Qué?
ELLA.
¿Piensa
montarse?
ÉL.
¿Quién? ¿Yo?
Pues… no me lo he planteado.
ELLA.
Ya.
ÉL.
No
sé si me atrevería, la verdad…
ELLA.
¿Sí?
(Él
mira hacia la atracción, con cierto gesto desafiante.)
ÉL.
No
sé.
(Silencio.)
(Suena
el teléfono de ella.)
ELLA.
Perdone
tengo que contestar.
ÉL.
De
acuerdo.
ELLA.
Es
personal.
ÉL.
Ah,
perdón.
(Él
se aparta hacia un rincón)
ELLA.
(Al
aparato, con un tono de voz escasamente audible, tratando de que el hombre no
escuche su conversación telefónica) Sí, le he llamado antes, sí, verá es que
quiero contarle algo…
ELLA.
(A
él) Perdón, tengo que hablar…
ÉL.
Descuide,
yo le guardo el sitio.
ELLA.
(Saliendo
de escena) Sí, le he llamado antes porque… no, no se preocupe si yo tampoco
entiendo bien su idioma, pero no importa …
(Ella
se ha marchado de escena y no podemos escuchar el resto de su conversación.)
(Él
se relaja al sentirse solo. Busca en un
bolsillo de su mochila la grabadora y la
acerca a su boca.)
ÉL.
(Mirando
a la vez su reloj de pulsera, habla a la grabadora) 11 horas y treintaycinco
minutos del 11 de Abril. Comunicado
reivindicativo número…
(Medita,
intenta recordar.)
ÉL.
(Al
aparato) Comunicado reivindicativo
número… siete… creo:
ÉL.
(Desglosando
el comunicado) Quiero dejar claro ante los medios de comunicación, el gobierno
y la sociedad en general, que esta acción violenta que voy a emprender responde
a mi propia iniciativa personal.
Yo
no pertenezco a ninguna organización armada conocida, es más me podría definir
como un activista, por así decirlo, aficionado.
Soy
un terrorista amateur, en el sentido de que no me gano la vida con esto; aunque
la forma de hacer el trabajo sea la de un profesional, yo tengo por otro lado
mi trabajo remunerado gracias a Dios, y menos mal, que así me gano la vida, que
si tuviera que subsistir con esto me moriría de asco. En los tiempos que corren, nada más que unos
pocos privilegiados le sacan rentabilidad a este tema.
Yo
no. No soy una de esas prima-donas que
salen en la tele cada dos por tres y parece que han ido a la peluquería antes
de la redada para que les saquen guapos en los programas de sucesos.
Yo
no soy un terrorista mediático, no me duelen prendas reconocerlo.
Y
bueno, el caso es que no me veo yo saliendo por la televisión por muchas
masacres que haga, y sin embargo hay otros que a lo mejor hacen cualquier
tontería, asesinando a un par de personas nada más, o incluso dejando heridos
tan solo… y sin embargo están en las portadas de los periódicos o en los
sumarios de los telediarios, y es que hay mucho politiqueo y muchos intereses
oscuros a la hora de darle repercusión a una acción, y es una lástima porque ya
que uno se esfuerza y se está dejando los ahorrillos pagándose un atentado, lo
mínimo que pide uno es unas líneas en los periódicos que den fe de lo que ha
pasado, que si no parece que lo que ha hecho no hubiera servido de nada.
Pero
yo qué sé… A veces se siente uno como clamando
en el desierto…
(El
hombre descubre que ella está detrás de él, acaba de volver y ha escuchado sus
últimas palabras. Sobresaltado por la
inesperada presencia de la mujer, el hombre suelta la grabadora
precipitadamente.)
ÉL.
Ah
hola.
ELLA.
Perdón,
no quería interrumpir…
ÉL.
No
se preocupe si ya me iba.
ELLA.
¿Ah
sí?
ÉL.
Sí,
tengo que hacer algo. Algo muy
importante.
(Él
toma su mochila y se marcha súbitamente, muy decidido, lo ha hecho con tanta
premura que ni siquiera ha recogido la grabadora que continúa en el lugar dónde
la dejó.)
(Ella
suspira, de pronto descubre el aparato abandonado, lo coge, lo mira con
curiosidad, duda si escucharlo. No lo
hace.)
ELLA.
(Súbitamente,
tomando la misma dirección que él ha elegido) Eh, oiga, se ha olvidado esto…
(Oscuro)
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