lunes, 9 de diciembre de 2013

ACTO I de ATRACCIÓN (Texto ganador del IX Premio de textos teatrales Raúl Moreno FATEX).

ACTO 1. 

(En escena un decorado que recrea un ornamentado rincón de parque temático familiar. A la izquierda desde el punto de vista del espectador, un par de puertas con sendos simpáticos dibujos de un chico y de una chica, indican las entradas a los servicios de hombres y mujeres.  En el centro, un tanto escorado hacia la izquierda hay un banco, útil para que los visitantes del parque hagan un descanso. Detrás del banco se recorta un fragmento de decorado de cartón piedra del extremo de uno de los espacios tematizados del parque, con ramas y elementos de fantasía.  Y ocupando todo el lateral derecho de la escena, aparece, imponente, la entrada de una atracción, con toda su parafernalia accesoria: el panel con las condiciones físicas necesarias para poder acceder, el típico rotor para contabilizar las personas que acceden al interior de la atracción y las vallas zigzagueantes que delimitan el recorrido para situarse en la cola.)

(Entra en escena una mujer, lleva un teléfono móvil consigo y habla con alguien a través del aparato.)

ELLA.
El mal ya no anida dentro de mí.  Debo estar tranquila, pero el miedo continúa, no puedo evitarlo. 
Ha sido un tratamiento tan drástico, tan traumático, tan duro, tan dañino. 
Pero no había otra manera de sacar esas cosas putrefactas que trataban de apoderarse de todo mi ser y hacerlo suyo. 
Nadie habría dado un duro por mí hace un par de meses y ahora estoy… limpia y  dispuesta a paladear la vida con intensidad.
El mal se puede vencer, yo creía que no, en las películas lo pintan todo tan siniestro, tan imposible de superar, que me daba por perdida, esperaba un final lleno de sufrimientos. 
Y no era yo sola, todos creían que no había salvación posible para mí, todos menos mis benditos salvadores.  Si no hubiera sido por la ayuda de Dios y de aquel hombre milagroso, el mal seguiría, aquí, en mi interior. 
¿Cómo dice?  Ah, que está esperando una llamada importante. 
Si quiere le vuelvo a llamar más tarde.  
Sí, tiene usted razón, le estoy contando cosas muy personales y entiendo que se sienta usted un poco incómodo, pero es que a veces necesito exteriorizar mis sentimientos y contarle a alguien mis problemas y además mi sicóloga me lo aconseja como terapia, sí, ya sé que no nos conocemos de nada, he elegido su número de teléfono al azar, lo hago a menudo, verá, es que soy sola en el mundo, ¿sabe usted?, no, familia sí que tengo, para dar y tomar: padres, hijos, tíos, abuelos,  novios, sobrinos, hermanos, de todo un poco;  pero no me hablo mucho con ellos, no nos entendemos, y no son malas personas, pero… como que no hay feeling, yo qué sé... 
De acuerdo, sí, ya cuelgo, no, ya cuelgo yo, no se preocupe, llamaré a otra persona, no hay problema, tengo millones de números para elegir…  gracias, un beso, chao…

(Ella reflexiona unos instantes, respira hondo y marca una serie de números, sin mirar las teclas del teléfono móvil.)

ELLA.
¿Hola?  Muy buenos días, verá necesito contarle algo…
 ¿Que quién soy?  Pues una mujer que camina por un llamativo sendero en un curioso parque de atracciones…


(Ella habla ensimismada y desaparece por el extremo derecho.)

(Aparece un hombre por el extremo contrario a la salida de la mujer.  El hombre habla a una grabadora, que empuña con firmeza.)


ÉL.
Me acabo de hacer una foto con Pluto. 
Es mi penúltimo deseo que esa foto, que es la última que hay grabada en la memoria de mi cámara, sea revelada… o impresa… o algo, y que aparezca en mi esquela, a modo de ilustración, en lugar de la cruz y del listado clásico de familiares y de todo eso. 
En su día ya dejé consignada, dotación económica necesaria e instrucciones precisas para la aparición de dichas esquelas mortuorias en varios medios de comunicación, incluyendo páginas contratadas en diversas revistas de modas, diarios deportivos y magazines de espectáculos.

(El hombre corta la grabadora.  Reflexiona.  Mira a su alrededor.   Vuelve a conectar el aparato y lo acerca a su boca.)

ÉL.
Este lugar es… inenarrable, es aun más… fascinante de lo que imaginé.
De hecho… de hecho… mi última voluntad es que deseo permanecer para siempre aquí.
Sería un sueño el poder ser enterrado en… qué sé yo… en una fosa excavada en “Los jardines del país de las maravillas”; por razones obvias eso no va a ser posible cuando todo acabe, pero al menos me atrevería a sugerir a los que se hagan cargo de mis restos en el caso de que ello fuera posible, que mis cenizas pudieran ser esparcidas desde la torre más alta del castillo de la bella durmiente, mi sueño es que el acto fúnebre tuviera lugar en hora punta, en el momento de más ajetreo en el parque y que mis partículas residuales, les cayeran encima a los desprevenidos visitantes; sería una bonita despedida. 
Aunque si me dieran a elegir supongo que lo que más me gustaría es que mi cadáver se pudriera lentamente en uno de los recovecos de la mansión del terror y de este modo los que pasen por allí me consideren un efecto tétrico muy logrado. 
Pero, en fin, tampoco está mal lo de acabar explotando en un millón de microscópicos fragmentos y que mis infinitos “nuevos yos” se incrusten a lo largo y ancho de este lugar de ensueño.  Para siempre.  Por todas partes.  Yo.  Aquí.

(Él recorre lateralmente la escena, ensimismado con la grabación.  Reaparece ella que también está sumamente concentrada en su conversación telefónica.  De hecho se llegan a cruzar.  Una recorre el fondo de escena y el otro recorre el primero plano, pero absortos como están en sus respectivos monólogos, ni siquiera son capaces de verse.  Nos centramos en ella, él ha desaparecido.)


ELLA.
(Siempre a través del teléfono móvil) No, yo no había estado aquí antes, pero me habían hablado de este sitio… Sí… Mi hermana.  Ella vino varias veces con su marido.  Al principio iban a Las Vegas, pero luego a Disneylandia y a otros parques. 
Iban a Las Vegas en plan desmadre sexual y de drogas y todo eso, pero después, como tenían niños, iban a Disneylandia. 
Lo de Las Vegas era estimulante, querían tener descendencia y de ese modo era más fácil.  
Pero después cuando al fin tenían niños, les costaba superar la adicción al alcohol que adquirieron en Las Vegas. 
Jodido.  Ya lo creo.  En fin, en este tipo de parques no es fácil encontrar alcohol…

(El reaparece en escena, ya no habla a la grabadora.  La observa a ella mientras se marcha, hasta constatar que ha desaparecido.  A continuación él otea en los alrededores para comprobar si hay alguien cerca.  Aprovecha, asimismo, para estudiar el espacio que le rodea.)

ÉL.
(Analizando el entorno) Si pusiera aquí la bomba… 

(Extrae un metro del bolsillo de una mochila que lleva consigo.  Trata de medir el espacio cercano a la atracción.  Lo hace con dificultad, porque no hay nadie que le sujete el principio de la cinta métrica y al ser autoenrollable, la cinta le juega un par de malas pasadas antes de poder fijarla, al fin, colocando su propia mochila encima de la cinta, para mantenerla tensa.)

ÉL.
No.  Creo que este no es un buen sitio.  Por el tema de la onda expansiva y tal.

(Saca una libretita de un bolsillo de su camisa y toma un lápiz que tiene en su oreja.  Trata de apuntar algo, pero comprueba que no tiene suficiente punta.  Rastrea en uno de los bolsillos de su pantalón hasta hallar un sacapuntas.  Afila la punta del lápiz teniendo cuidado de no dejar caer las virutas en el suelo.  Toma un pañuelo de papel de otro bolsillo y deposita las virutas en el pañuelo que posteriormente arruga y tras buscar infructuosamente una papelera, lo guarda en su bolsillo.)

ÉL.
No, definitivamente la onda expansiva no tendría suficiente alcance aquí, y además en este lugar me parece a mí que hay poca concentración de gente. 
En fin, qué le vamos a hacer.  A seguir  buscando. 
Nadie dijo que esto iba a ser sencillo. 
Digo yo que los de las torres gemelas no darían con la tecla a la primera…  

(Recoge la cinta métrica, y como está un poco cansado por el esfuerzo toma el pañuelo de su bolsillo para secarse el sudor, pero al hacerlo caen las virutas que había guardado previamente.)

ÉL.
Mierda.

(Mira hacia un lado y hacia otro para comprobar si alguien le está mirando.  Parece que nadie se ha fijado en él.  Se arrodilla, con dificultad y recoge una a una las virutas caídas y las introduce en su bolsillo.) 

(Él se disponía a salir de escena, pero reaparece ella.  Intercambian una mirada furtiva.  Él finalmente, parece ser que cambia de idea: no va a salir.  Él la observa a ella desde la distancia.  Ella se apoya en la barra de entrada a la atracción y trata de comprobar disimuladamente si él está todavía cerca, ensayando alguna mirada de soslayo.  Él se acerca hasta ella, aproximándose al área de la atracción.)

ÉL.
¿Está en la cola?

ELLA.
¿Eh?

(Él le señala la atracción.)

ELLA.
(Tajante) No, no por Dios

ÉL.
¿Ah no?

ELLA.
(Algo congestionada por lo poco que le seduce la idea) Para nada, ¿montarme yo aquí?  No, no, ni loca…

(Él sonríe.  Ella mira hacia la atracción, como constatando que efectivamente está junto a ella.)

ELLA.
Yo… ahí… qué va, qué va…

(Silencio.)

(Se miran de soslayo, tropiezan sus miradas, sonríen levemente.)

(Miran hacia otro lado como disimulando.  Él mira su reloj, ella se masajea las manos. Él se anima a ensayar un nuevo contacto visual que no es correspondido.)

ÉL.
Dicen que es… buuff…

ELLA.
¿Eh?

(Él señala la atracción con un gesto de la cabeza.)

ELLA.
Ah sí, eso dicen.  Yo no me subo ahí ni muerta.

ÉL.
(Sonriendo) Ya.

ELLA.
¿Y usted?

ÉL.
¿Qué?

ELLA.
¿Piensa montarse?

ÉL.
¿Quién?  ¿Yo?  Pues… no me lo he planteado.

ELLA.
Ya.

ÉL.
No sé si me atrevería, la verdad…

ELLA.
¿Sí?

(Él mira hacia la atracción, con cierto gesto desafiante.)

ÉL.
No sé.

(Silencio.)

(Suena el teléfono de ella.)

ELLA.
Perdone tengo que contestar.

ÉL.
De acuerdo.

ELLA.
Es personal.

ÉL.
Ah, perdón.

(Él se aparta hacia un rincón)

ELLA.
(Al aparato, con un tono de voz escasamente audible, tratando de que el hombre no escuche su conversación telefónica) Sí, le he llamado antes, sí, verá es que quiero contarle algo…

ELLA.
(A él)  Perdón, tengo que hablar…

ÉL.
Descuide, yo le guardo el sitio.

ELLA.
(Saliendo de escena) Sí, le he llamado antes porque… no, no se preocupe si yo tampoco entiendo bien su idioma, pero no importa …

(Ella se ha marchado de escena y no podemos escuchar el resto de su conversación.)

(Él se relaja al sentirse solo.  Busca en un bolsillo de su mochila la grabadora y  la acerca a su boca.)

ÉL.
(Mirando a la vez su reloj de pulsera, habla a la grabadora) 11 horas y treintaycinco minutos del 11 de Abril.  Comunicado reivindicativo número…

(Medita, intenta recordar.)

ÉL.
(Al aparato)  Comunicado reivindicativo número… siete… creo:

ÉL.
(Desglosando el comunicado) Quiero dejar claro ante los medios de comunicación, el gobierno y la sociedad en general, que esta acción violenta que voy a emprender responde a mi propia iniciativa personal. 
Yo no pertenezco a ninguna organización armada conocida, es más me podría definir como un activista, por así decirlo, aficionado. 
Soy un terrorista amateur, en el sentido de que no me gano la vida con esto; aunque la forma de hacer el trabajo sea la de un profesional, yo tengo por otro lado mi trabajo remunerado gracias a Dios, y menos mal, que así me gano la vida, que si tuviera que subsistir con esto me moriría de asco.  En los tiempos que corren, nada más que unos pocos privilegiados le sacan rentabilidad a este tema. 
Yo no.  No soy una de esas prima-donas que salen en la tele cada dos por tres y parece que han ido a la peluquería antes de la redada para que les saquen guapos en los programas de sucesos. 
Yo no soy un terrorista mediático, no me duelen prendas reconocerlo
Y bueno, el caso es que no me veo yo saliendo por la televisión por muchas masacres que haga, y sin embargo hay otros que a lo mejor hacen cualquier tontería, asesinando a un par de personas nada más, o incluso dejando heridos tan solo… y sin embargo están en las portadas de los periódicos o en los sumarios de los telediarios, y es que hay mucho politiqueo y muchos intereses oscuros a la hora de darle repercusión a una acción, y es una lástima porque ya que uno se esfuerza y se está dejando los ahorrillos pagándose un atentado, lo mínimo que pide uno es unas líneas en los periódicos que den fe de lo que ha pasado, que si no parece que lo que ha hecho no hubiera servido de nada. 
Pero yo qué sé…  A veces se siente uno como clamando en el desierto…

(El hombre descubre que ella está detrás de él, acaba de volver y ha escuchado sus últimas palabras.  Sobresaltado por la inesperada presencia de la mujer, el hombre suelta la grabadora precipitadamente.)

ÉL.
Ah hola.

ELLA.
Perdón, no quería interrumpir…

ÉL.
No se preocupe si ya me iba.

ELLA.
¿Ah sí? 

ÉL.
Sí, tengo que hacer algo.  Algo muy importante.

(Él toma su mochila y se marcha súbitamente, muy decidido, lo ha hecho con tanta premura que ni siquiera ha recogido la grabadora que continúa en el lugar dónde la dejó.)

(Ella suspira, de pronto descubre el aparato abandonado, lo coge, lo mira con curiosidad, duda si escucharlo.  No lo hace.)

ELLA.
(Súbitamente, tomando la misma dirección que él ha elegido)  Eh, oiga, se ha olvidado esto…

(Oscuro)


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